viernes, 30 de septiembre de 2011

La Risa - Otra aproximación 1 /

Terminaba la entrada anterior con el enfoque de Henri Bergson, filósofo francés, llamado el filósofo de la intuición, y aquí voy a desarrollar ese trabajo sobre "La risa o el significado de lo cómico", porque aporta otra mirada, interesante por cierto, sobre el tema.

La traducción de Gabriel Bianchini comienza preguntando ¿ Qué es la risa ?, ¿ Qué hay en el fondo de lo risible ? ... para introducirnos en el tema de este modo: "Los más grandes pensadores, a partir de Aristóteles, han estudiado este sutil problema. Todos lo han visto sustraerse a su esfuerzo. Se desliza y escapa a la investigación filosófica, o se yergue y la desafía altaneramente."


"Nuestra temeridad al abordarlo también tiene la excusa de que no aspiramos a encerrar el concepto de lo cómico en los límites de una definición. Ante todo, como encontramos en él algo que vive, lo estudiaremos con la atención que merece la vida, por muy ligera que sea. Seguiremos su desarrollo, veremos cómo se abren sus flores, y así, forma tras forma, por insensibles gradaciones, se sucederán ante nuestros ojos las metamorfosis más extrañas."

Tomando fragmentos de la traducción de Amalia Haydee Raggio, sobre el trabajo de Bergson (año 1939), intento mostrar que Bergson considera que la fuente de este misterioso fenómeno (la risa) es la rigidez, y que su función es la de habilitar un mecanismo social mediante el que corregir la “distracción” de sus miembros, como aquí lo veréis.

He aquí el primer punto sobre el cual he de llamar la atención. Fuera de lo que es propiamente humano, no hay nada cómico. Un paisaje podrá ser bello, sublime, insignificante o feo, pero nunca ridículo. Si reímos a la vista de un animal, será por haber sorprendido en él una actitud o una expresión humana. Nos reímos de un sombrero, no porque el fieltro o la paja de que se componen motiven por sí mismos nuestra risa, sino por la forma que los hombres le dieron, por el capricho humano en que se moldeó. No me explico que un hecho tan importante, dentro de su sencillez, no haya fijado más la atención de los filósofos. Muchos han definido al hombre como "un animal que ríe".

Habrían podido definirle también como un animal que hace reír, porque si algún otro animal o cualquier cosa inanimada produce la risa, es siempre por su semejanza con el hombre, por la marca impresa por el hombre o por el uso hecho por el hombre.

He de indicar ahora, como síntoma no menos notable, la insensibilidad que de ordinario acompaña a la risa. Dijérase que lo cómico sólo puede producirse cuando recae en una superficie espiritual lisa y tranquila. Su medio natural es la indiferencia. No hay mayor enemigo de la risa que la emoción. No quiero decir que no podamos reírnos de una persona que, por ejemplo, nos inspire piedad y hasta afecto; pero en este caso será preciso que por unos instantes olvidemos ese afecto y acallemos esa piedad.

En una sociedad de inteligencias puras quizá no se llorase, pero probablemente se reiría, al paso que entre almas siempre sensibles, concertadas al unísono, en las que todo acontecimiento produjese una resonancia sentimental, no se conocería ni comprendería la risa.

Probad por un momento a interesaros por cuanto se dice y cuanto se hace; obrad mentalmente con los que practican la acción; sentid con los que sienten; dad, en fin, a vuestra simpatía su más amplia expansión, y como al conjuro de la varita mágica, veréis que las cosas más frívolas se convierten en graves y que todo se reviste de matices severos.

Desimpresionaos ahora, asistid a la vida como espectador indiferente, y tendréis muchos dramas trocados en comedia. Basta que cerremos nuestros oídos a los acordes de la música en un salón de baile, para que al punto nos parezcan ridículos los danzarines. ¿Cuántos hechos humanos resistirían a esta prueba? ¿Cuántas cosas no veríamos pasar de lo grave a lo cómico si las aislásemos de la música del sentimiento que las acompaña? Lo cómico, para producir todo su efecto, exige como una anestesia momentánea del corazón. Se dirige a la inteligencia pura.

Pero esta inteligencia ha de estar en contacto con otras inteligencias. Y he aquí el tercer hecho sobre el cual deseaba llamar la atención. No saborearíamos lo cómico si nos sintiésemos aislados. Diríase que la risa necesita de un eco. Escuchadlo bien: no es un sonido articulado, neto, definido; es algo que querría prolongar y repercutir progresivamente; algo que rompe en un estallido y va retumbando como el trueno en la montaña. Y sin embargo, esta repercusión no puede llegar a lo infinito. Camina dentro de un círculo, todo lo amplio que se quiera, pero no por ello menos cerrado. Nuestra risa es siempre la risa de un grupo.

Quizá os haya ocurrido en el coche de un tren o en una mesa de fonda oír a los viajeros referirse historias que debían tener para ellos un gran sabor cómico, puesto que reían con toda su alma. Si hubieseis estado en su compañía, seguramente también habríais reído. Pero como no lo estabais, no sentíais la menor gana de reír. Un hombre a quien le preguntaron por qué no lloraba al oír un sermón que a todo el auditorio movía a llanto, respondió: "No soy de esa parroquia". Lo que este hombre pensaba de las lágrimas podría explicarse más exactamente de la risa. Por muy espontánea que se la crea, siempre oculta un prejuicio de asociación y hasta de complicidad con otros rientes efectivos o imaginarios.

¿No se ha dicho muchas veces que en un teatro es más frecuente la risa del espectador cuando más llena está la sala? ¿No se ha hecho notar reiteradamente que muchos efectos cómicos son intraducibles a otro idioma cuando se refieren a costumbres y a ideas de una sociedad en particular? Por no advertir la importancia de este doble hecho, sólo se ha visto en lo cómico una simple curiosidad para divertir al espíritu, y en la risa misma un fenómeno extraño completamente aparte, sin relación alguna con el resto de la actividad humana.

De ahí esas definiciones que tienden a hacer de lo cómico una relación abstracta, clasificada entre las ideas de "contraste intelectual", " sensibilidad de lo absurdo", etc. , definiciones que, aun cuando realmente conviniesen a todas las formas de lo cómico, no explicarían en lo más mínimo por qué lo cómico nos hace reír.

¿A qué se debe que esa relación tan particularmente lógica nos contraiga no bien advertida, nos dilate y nos sacuda mientras todas las otras nos dejan indiferentes? No afrontaremos el problema por ese lado. Para comprender la risa hay que reintegrarla a su medio natural, que es la sociedad, hay que determinar ante todo su función útil, que es una función social. Ésta será, digámoslo desde ahora, la idea que ha de presidir a todas nuestras investigaciones. La risa debe responder a ciertas exigencias de la vida en común. La risa debe tener una significación social. (Página 12 - 15)

Marquemos ahora con toda claridad el punto en que vienen a coincidir nuestras tres observaciones preliminares. Lo cómico habrá de producirse, cuando los hombres que componen un grupo concentren toda su atención en uno de sus compañeros, imponiendo silencio a la sentimentalidad y ejercitando únicamente la inteligencia.

Hay estados de alma que conmueven apenas se dan a conocer; hay alegrías y tristezas con las cuales se simpatiza; pasiones y vicios que provocan el asom­bro, el horror o la piedad; sentimientos, en fin, que se prolongan de alma en alma por resonancias sen­timentales. Todo esto afecta a lo esencial de la vida, todo esto es serio, y a veces hasta trágico. Allí don­de el prójimo deja de conmovernos, comienza la co­media. Y comienza con lo que se podría llamar “la rigidez contra la vida social”.

Es cómico todo perso­naje que sigue automáticamente su camino, sin cui­darse de ponerse en contacto con sus semejantes. Allí está la risa para corregir su distracción y sacar­le de su letargo. Si es lícito comparar las cosas gran­des con las que no lo son, recordemos lo que ocurre para el ingreso en nuestras escuelas. Cuando se ha salido airosamente de las temibles pruebas del exa­men, hay que afrontar otras todavía, aquellas que os preparan los compañeros más antiguos para amol­daros a la nueva sociedad de que vais a ser miembro, y como ellos dicen, para suavizaros el carácter.

To­da sociedad pequeña que se forma en el seno de la grande, tiende así, por un vago instinto, a inventar un medio de corregir y suavizar la rigidez de las cos­tumbres en otro ambiente contraídas y que es nece­sario modificar. No de otro modo procede la socie­dad propiamente dicha. Es indispensable que cada uno de sus miembros atienda a cuanto le rodea y procure amoldarse al medio ambiente, no recluyén­dose en su propio carácter como en una torre de marfil.

Y por esta razón hace que se cierna sobre ca­da uno, si no la amenaza de una corrección material, la perspectiva al menos de una humillación que no por ser levísima deja de ser temida. Tal debe ser la misión de la risa. La risa, algo humillante siempre para quien la motiva, es verdaderamente una espe­cie de broma social pesada.” (Págs. 102-103)

“La risa es ante todo una corrección. Hecha para humillar, ha de producir una impresión penosa en la persona sobre quien ac­túa. La sociedad se venga por su medio de las liber­tades que con ella se han tomado. No llenaría sus fi­nes la risa si llevase el sello de la simpatía y de la bondad. Pero ¿se podrá decir que al menos su intención es buena, que a menudo castiga porque ama y que al reprimir las manifestaciones exteriores de cier­tos defectos nos invita a que corrijamos en nosotros estas mismas faltas y nos mejoremos interiormente?.

Mucho habría que hablar sobre este punto. En general, es indudable que la risa cumple una función útil. Todos nuestros estudios han tendido a demos­trarlo. Pero de ahí no se sigue que la risa acierte siempre, ni tampoco que se inspire en un pensamien­to de benevolencia ni de equidad.Para dar siempre en lo justo sería menester que proviniese de un acto de reflexión.

Ahora bien; la risa es efecto de un mecanismo montado en nosotros por la Naturaleza, o lo que viene a ser lo mismo, por una antiquísima costumbre de la vida social. Y este mecanismo funciona de por sí, no tiene tiempo de pararse a ver dónde da. La risa castiga ciertas faltas, casi del mismo modo que la enfermedad castiga cier­tos excesos, hiriendo a inocentes y respetando a cul­pables, mirando siempre a un resultado general, en la imposibilidad de hacer a cada caso el honor de examinarle separadamente.

Así ocurre con cuanto se realiza por vías natura­les, sin el auxilio de la reflexión consciente. En este sentido no puede ser la risa absolutamen­te justa, y repito que no debe ser tampoco buena. Su misión es la de intimidar humillando. No la cumpli­ría si la Naturaleza, previendo este efecto, no hubie­se dejado hasta en el mejor de los hombres un peque­ño fondo de maldad, o cuando menos de malicia.Y será mejor no profundizar en este punto; pues no encontraríamos nada halagüeño para nosotros mismos.

Veríamos que este movimiento de expan­sión no es sino el preludio de la risa, que el que ríe entra en sí mismo y afirma más o menos orgullosamente su yo, considerando al prójimo como un fan­toche, cuyos hilos tiene en su mano. Junto a esta presunción hallaríamos también un poco de egoís­mo, y detrás, algo menos espontáneo y más amargo, cierto pesimismo que se va afirmando a medida que el que ríe razona su risa.” (Págs. 144-146)

Fascinante las reflexiones de Bergson, ahora bien, como dice Aspirante a domador en su sitio, hay en mi opinión algo que queda al margen de sus apreciaciones: ve en la risa una planta que hunde sus raíces en la afirmación del yo, y que se sustenta por tanto en el orgullo; sin dudas es así, pero frente a todo este aspecto negativo enfrenta sólo, como positivo, el beneficio social que supone la corrección a que mueve la humillación de ser objeto de risa.


Se deja algo de suma importancia en el tintero: la capacidad que tiene la risa para aligerar el, a veces, abrumador peso de la vida emocional.

Para concluir: Bergson dice que para reír es necesario "no sentir"; cierto, pero la fórmula, creo, se le puede dar la vuelta: el reír, "dejas de sentir", aunque sea por un momento, de modo que la vida se aligera, la carga emocional se vuelve más liviana y esto permite recuperar fuerzas, quitarle gravedad al mundo; en una palabra, ayuda a disminuir la angustia existencial inherente a la condición humana.

Y aún falta otro aspecto esencial; ¿hay algo más sano y reparador que reírse de uno mismo? Este lineamiento suaviza la amargura de ciertos bocados de la vida, y además nos quita “importancia”, es decir, juega en cierto modo como modulador del orgullo; es curioso que Bergson no tenga en cuenta este tipo de humor.

Someterse a la humillación de reconocer las propias carencias o defectos, ante uno mismo y/o los demás, es una auto-humillación (en esto Bergson tendría que estar de acuerdo, en coherencia con su texto), que jugaría, en lo ontológico, el mismo papel que el reírse de los demás juega en lo social. Esto no quiere decir que no haya otros modos de llevar a cabo estas “correcciones”, modos quizá más nobles… pero yo no los conozco.

Resulta una mirada tan rica, al tiempo que revela una significación diferente. Estas lecturas, me parece, resultan pertinentes para intentar repensar las propias creencias. Hacen que algo de lo abordado resuene en uno y es entonces que volvemos para mirarnos, salimos de los patrones aprendidos, muchas veces heredados, y emprendemos nuevos modo, nos predispone a flexibilizar nuestra visión del mundo.


Hay otros aportes de Bergson igualmente brillantes sobre la risa, pero será tema de otra entrada. Esta la conformé, en parte, con lo apuntado por el Aspirante a domador, cuyo sitio puedes consultar aquí.


lunes, 26 de septiembre de 2011

La Risa - Por qué reímos

Al comenzar el año mostré varias entradas referidas a la risa, en Aliada de la vida describí la fisiología de la risa, dada por el doctor G. V. N Dearborn, en un trabajo presentado el primero de junio del año 1900, donde muestra los dos aspecto el externo y el interno.

En A entrenar mostré el efecto que la risa tiene sobre la salud, siendo Norman Cousins el primero que la uso como parte de su terápia. En la entrada Risoterapia referí a la terapéutica en base a la risa y por último en Optimismo y Entusiasmo se dijo podemos - y debemos - aprender a ser optimistas, porque tiene que ver, fundamentalmente, con cómo interpretamos la realidad.


Todas las entradas citadas tienen un enfoque fisiológico, es decir, desde la mirada de la ciencia que estudia las funciones de los seres orgánicos, sin embargo, hay otros enfoques que agregarán más elementos, y que traigo aquí, como lo hice con su contracara la tristeza, porque algunos me resultaron inéditos, otros por resultarme didácticos y minuciosos en su detalle.

En todas se destaca la importancia de la práctica de la risa, no sólo por la salud física, también por la emocional. Un viejo consejo chino afirma que "Para estar sano hay que reír 30 veces al día". Los expertos dicen que vale con 3, siempre y cuando cada sesión dure al menos, un minuto.

Saber más sobre las emociones enriquece necesariamente nuestra mirada, seguramente algunas veces pondrá en cuestión nuestras creencias, lo cual no significa tener que cambiarlas, tampoco negarlas, simplemente adquirir una mayor flexibilidad cuando "juzgamos" nuestros sentimientos. El valor del conocimiento esta, en que nos vuelve más tolerantes con nosotros mismos, abre un espacio de conciencia, ilumina partes de nuestro ser, liberándonos de pensamientos y acciones que se han transformado en hábitos, más que en herramientas de crecimiento.

La risa es la reacción biológica de los humanos a momentos o situaciones de humor, una expresión externa de diversión. Se dice que Quien nos hace reír tiene la capacidad de hacernos sentir amados.


¿Qué es lo que provoca ese curioso complejo de movimiento, alteración respiratoria, expresión facial, sonido y placentera sensación que denominamos risa? se pregunta Eduardo Jáuregui, doctor en Ciencias Políticas y Sociales que realizó su tesis sobre la risa. Veamos.

Ésta es una pregunta que ha intrigado a los más grandes pensadores, desde Aristóteles hasta Freud. A pesar de ello, y a pesar de una creciente investigación empírica del fenómeno en el campo del humour research, seguimos sin una buena respuesta al enigma. Son cuatro las explicaciones más conocidas: las teorías de la superioridad, de la incongruidad, de la catarsis y del juego (play).

El primer exponente claro de la teoría de la superioridad fue Thomas Hobbes, quien sostuvo que la risa es el resultado directo de la percepción de que otra persona es inferior a uno mismo. Por ejemplo, un amigo se choca contra una farola, un músico falla una nota o un actor cómico hace el papel de tonto o incompetente.

Para los teóricos de la incongruidad, como Kant y Schopenhauer, la risa se dispara cuando el sujeto percibe dos elementos contrarios o incompatibles, que por algún motivo aparecen unidos, como en el típico chiste de doble sentido o los contrastes de lo absurdo.

Una tercera explicación, la catarsis - sostenida por Herbert Spencer y Sigmund Freud entre otros - es que la risa libera alguna tensión o sentimiento acumulado, como parece suceder con los chistes verdes o agresivos, con la risa nerviosa y con las jocosas peleas y persecuciones de los niños.

Finalmente, la teoría del play - en los últimos años defendida por Michael Mulkay - considera que cualquier cosa puede volverse graciosa con sólo tomársela a broma, como algo no serio.

Hoy en día, pocos creen que una de estas teorías puede explicar la variadísima gama de estímulos que provocan la risa, desde El Quijote hasta las cosquillas. Cada explicación parece plausible en referencia a algunos casos. La mayoría de los humour researchers opinan que seguramente existen varios tipos de risa, aunque tampoco suelen tener muy claro el modo preciso de construir la tipología.

Hace falta recuperar una quinta teoría, que denomino la teoría del desacreditamiento. Aunque poco conocida, esta teoría es muy vecina a las ideas sobre el tema de Henri Bergson, Luigi Pirandello, Platón y el propio Aristóteles, cuyo Tratado sobre la comedia nunca se ha encontrado (excepto en El Nombre de la Rosa de Umberto Eco).

En una frase, se podría resumir así: nos reímos de la persona que resulta no ser quien dice ser. Hacer el ridículo significa hacer algo que desacredita el papel que desempeñamos frente a los demás, sea en una afirmación específica (la caída que claramente finge un futbolista) o sea en relación al papel que todos desempeñamos de persona relativamente inteligente, sensata, coordinada y educada.

Los tropiezos, los despistes, las meteduras de pata, las braguetas abiertas, los comportamientos ilícitos o indecentes que fotografía un paparazzi, o que observa un cualquiera accidentalmente, muestran una parte de la persona que normalmente, y por costumbre, intentamos disfrazar o esconder.

La sátira, la inocentada y el humor crítico son géneros en los que el humorista intenta arrancar la máscara social a su víctima, dejarla en ropa interior. En cuanto a esos juegos de palabras inocentes, los chistes, las ironías, ilusiones ópticas, trucos, coincidencias, absurdos y demás, creo que causan un momentáneo error cognitivo en el observador. Los chistes están diseñados para engañar al público, para hacerle creer durante al menos un instante algo imposible, falso o absurdo.

En estos casos nos reímos de nosotros mismos por caer en la trampa que nos tiende el humorista, o al menos de la parte de nosotros que se pudo creer tamaña locura. El tema es complejo y aquí no hay espacio para entrar en toda su complejidad. Yo animaría al lector interesado a hacer sus propias reflexiones y especialmente a practicar la autoobservación, porque en este campo podemos ser todos científicos y a la vez conejillos de indias.

Hasta aquí el trabajo de Eduardo Jáuregui, pero tomando lo dicho al referir a la teoría del desacreditamiento, donde refiere a la proximidad con las ideas de Henri Bergson, resulta atrayente sino interesante el enfoque de Henri Bergson, filósofo francés, llamado el filósofo de la intuición, que presenté en la entrada El tiempo en la filosofía moderna. Bergson realizó un trabajo titulado "La Risa o el significado de lo cómico", publicado el 1 de febrero de 1899.

Comienza diciendo: Fuera de lo que es propiamente humano, no hay nada cómico. Un paisaje podrá ser bello, sublime, insignificante o feo, pero nunca ridículo. Si reímos a la vista de un animal, será por haber sorprendido en él una actitud o una expresión humana.

Nos reímos de un sombrero, no porque el fieltro o la paja de que se componen motiven por sí mismos nuestra risa, sino por la forma que los hombres le dieron, por el capricho humano en que se moldeó. No me explico que un hecho tan importante, dentro de su sencillez, no haya fijado más la atención de los filósofos. Muchos han definido al hombre como "un animal que ríe".

Interesante el comienzo de esta mirada de Bergson, pero será tema de otra entrada. Para terminar quiero repetir la frase apuntada más arriba.

Quien nos hace reír tiene la capacidad de hacernos sentir amados



miércoles, 21 de septiembre de 2011

Vida plena - Sufrimiento y además ...

Como ya fue dicho, podemos analizar o explicar porque sufrimos, podemos leer libros sobre el tema o ir a la Iglesia, y pronto sabremos algo acerca del dolor, pero eso solo no basta para trascenderlo, sólo comenzaremos a saber más sobre él. Para comprender el dolor es necesario amarlo, ser consciente de él.

Queda claro que todo lo que pueda agregar sobre el sufrimiento no lo aliviará, no me permitirá comprenderlo, sin embargo, tener varios enfoques hace posible cuestionar mi propio discurso, mirar mis propias creencias, y así, si sólo se ama lo que se conoce y para conocer es preciso amar, estos aportes entiendo enriquecerán tu propia búsqueda.


En El cerebro - conociendo más 1 / 2 referí al Principio de Incertidumbre, nada es de una certeza incuestionable, todo es relativo. También se dijo de lo limitada que resultan nuestras apreciaciones. Nuestra manera de ver el mundo e interpretarlo, se relaciona con nuestra subjetividad, pero también con la conformación de nuestro cerebro, más que con la realidad en sí.

En El cerebro - Conociendo más 2 / 2 cité a Llinás, que dice: "El mundo es una gran simulación, rodeadas de estímulos sensoriales, lo que nuestras mentes interpretan como real, no es más que una hábil reconstrucción de nuestras neuronas, máquinas de soñar que construyen modelos virtuales del mundo real."

Lo que llamamos «yo» o autoconciencia es una de tantas danzas neuronales o estados funcionales del cerebro. Aunque el estado funcional que denominamos «mente» es modulado por los sentidos, también es generado, de manera especial, por esas oscilaciones neuronales. Por tal razón podríamos decir que la realidad no sólo está «allá afuera», sino que vivimos en una especie de realidad virtual.

Dicho lo dicho, y si además los pensamientos que albergamos no son fiel reflejo de lo que hemos vivido, ya que cada vez que evocamos un recuerdo lo modificamos, porque es necesario adaptarlo al yo que soy ahora (apuntado en entradas anteriores), entonces, cómo es que damos crédito al discurso interno propiciador del sufrimiento.

Veamos otros aspectos del sufrimiento. Algunas religiones juzgaron que el dolor es un castigo que infligen los dioses, análogo al castigo que el padre inflige al hijo. En contraste con esta perspectiva, es posible pensar que el sufrimiento no es un desvío en la fluida autopista del placer sino su contracara.

En el contexto de la filosofía china, el tandem placer-dolor constituyen un juego de opuestos, uno más de los que rigen la armonía de todo lo existente. Día-noche, femenino-masculino, frío-caliente, placer-dolor. Sufrimos porque hemos gozado. No como castigo por haber gozado.

Hay factores que contribuyen enormemente a agudizar el sufrimiento. Uno de ellos es la sorpresa. Un ser querido que jamás tuvo dolencias cardíacas muere joven de un ataque al corazón; nos echan sorpresivamente del trabajo; un amigo nos traiciona. En estos casos el sufrimiento se agudiza con la consternación, que es el sentimiento que suma la sorpresa al dolor. Un dolor sorpresivo - todos lo sabemos - suele ser mucho más agudo que un dolor anunciado. Cuando cede el asombro, el dolor pierde parte de su ferocidad.

Otro factor que contribuye a agudizar el sufrimiento es el cambio de hábitos. Nos echan del trabajo y además del sueldo extrañamos el almuerzo compartido con los compañeros. Nos separamos de nuestra pareja, y parte del sufrimiento que padecemos obedece a que extrañamos los innúmeros rituales compartidos a lo largo de los años, esos amados ritmos que en su momento nos hicieron optar por lo bueno conocido.

El poder de la costumbre revela los límites de la razón: el fumador sabe que el hábito de fumar puede sustraerle la vida misma (su razón ha sido persuadida sobre los peligros del cigarrillo), una vida que él desea fervientemente conservar, pero intenta dejar de fumar y no lo logra. El hábito somete como un déspota sanguinario. No siempre es posible librarse de él mediante razones, es preciso generar las condiciones para que otros hábitos los suplanten. Esa transición - entre un universo de hábitos y otro - suele ser dolorosísima.

Otro factor que contribuye a agudizar el dolor es el horror mismo al sufrimiento. Cuando se le hace mal a alguien, no sólo aparece el dolor o la angustia sino también el horror al dolor. Sufrimos por la pena que nos embarga, y también por autocompasión, por la injusticia de la que sentimos ser objeto.

"La parte del alma que pregunta ¿ por qué se me hace mal ? es la parte de todo ser humano que ha permanecido intacta desde la infancia", escribe Simone Weil. El desarrollo de la medicina y las imágenes publicitarias de la felicidad favorecen este horror al sufrimiento. Como si el dolor - o los problemas en general - no formaran parte de la vida.

Aristóteles y los estoicos dividen los problemas en dos: los que están en nuestro poder, y los que no están en nuestro poder. Respecto a estos últimos, de lo que se trata es de entrenarnos para sufrir lo menos posible. Aceptación valiente del dolor, de los problemas, de las angustias y de los pavores como una parte necesaria de la vida, como el revés de la alegría, el gozo y la tranquilidad.

Aunque gran cantidad de cosas no dependen de nosotros, hay algo que sí está en nuestro poder, y es el modo de reaccionar frente a lo que nos sucede, incluso cuando debemos optar entre dos alternativas que no hemos elegido. Epicteto formuló así esta idea: "No busques que los acontecimientos sucedan como tú quieres, sino desea que, sucedan como sucedan, tú salgas bien parado". El jugador no elige las cartas que le tocan en suerte, pero debe jugar de la mejor manera que le resulte posible.


Si una mano no resulta favorable, la siguiente podrá revertir el juego. Esta diferencia entre lo que nos pasa, y el modo en que reaccionamos frente a lo que nos pasa, implica que no sufrimos tanto por lo que nos sucede como por el modo en que valoramos, lo que nos sucede. Lo que ocurre a una persona en su vida es menos importante que la manera de sentirlo.

Filosofamos porque sufrimos, porque entristecemos y nos angustiamos. Los problemas desentierran al filósofo que todos llevamos dentro. Aún quien no sabe que filosofa, filosofa cuando sufre. El budismo y el estoicismo son dos filosofías que enseñan a adaptarse a los cambios. "¿Hay algo en el mundo que esté al abrigo de los cambios? La tierra, el cielo, toda la inmensa máquina del universo no están exentos de cambios", escribe Séneca.

El bienestar incluye necesariamente el dolor y la existencia de problemas. ¿Cómo aceptar el dolor? Del mismo modo que se habla, se camina, se construye una casa o se maneja una computadora: aprendiendo. La virtud no es un don de la naturaleza: se aprende, se entrena y se enseña.

Nadie está a salvo del dolor. Quien teme los dolores, teme lo que necesariamente habrá de alcanzarlo, tarde o temprano. Cuando alguien sufre y exclama: "¿Por qué tuvo que pasar esto?", nos muestra su consternación y el sinsentido del mal. Cuando alguien sufre y exclama: "¿Por qué tuvo que pasarme esto a mí?" nos muestra el lugar accidental - y no necesario - que le asignamos al dolor en nuestra vida. Nadie exclama "¿Por qué tuvo que pasarme esto a mí?" cuando gana la lotería. Sentimos que el placer nos corresponde naturalmente.


Cuando el dolor nos oprime el pecho, lo mejor que podemos hacer es
gritar y llorar todo lo que sea necesario.




No son las situaciones o las personas las que provocan la mayoría de nuestros sentimientos, sino lo que nosotros pensamos sobre dichas situaciones o personas. La mejor forma de manejar las emociones que nos causan problemas, es cambiando los pensamientos que las producen, mantienen o incrementan.

Como puedes inferir, cuando nos convertimos en observadores de nuestras emociones, sin identificarnos con ellas, cuando estamos en el Aquí y Ahora, siendo consciente de lo que vivo, me convierto en guardián alerta de mi espacio interior.

Enfocando la atención en el sentimiento que hay dentro de mi, reconociendo qué es el dolor, aceptando que esta allí, no pensando en él, no permitiendo que el sentimiento se transforme en pensamiento, o sea, no juzgarlo, no analizarlo, no justificarme. Si permanezco presente, y continúo siendo observador de lo que está ocurriendo dentro mio, iré siendo consciente, no sólo del dolor emocional, sino también de "el que observa", el observador silencioso. Este es el poder del Ahora, tal como fue dicho en la entrada anterior.

Esta entrada la conforme con lo expuesto en la monografía titulada "El sufrimiento", si lo deseas puedes verla completa aquí .


miércoles, 14 de septiembre de 2011

Vida plena - Dolor y sufrimiento

En las dos últimas entradas referí a las emociones, se dijo que en cada instante experimentamos algún tipo de emoción o sentimiento. La emoción es una respuesta inmediata del organismo, que le informa cuan favorable o no es un estímulo o situación. Por medio de la emoción, un organismo sabe, consciente o inconscientemente, si la situación es más o menos favorable para su supervivencia.

También se dijo que todo organismo puede equivocarse en su valoración emocional. La emoción experimentada puede no corresponder a la realidad de la situación y producir graves perjuicios al organismo. Muchas emociones experimentadas son incorrectas y sólo mediante un gran esfuerzo de introspección puede desentrañarse el tipo de emoción que corresponde a nuestra realidad.


Desde el ámbito psicológico, la emoción es un estado afectivo que experimentamos, una reacción subjetiva al ambiente que viene acompañada de cambios orgánicos de origen innato, influido por la experiencia. En el ser humano, una emoción generalmente involucra un conjunto de cogniciones (conocimiento), actitudes y creencias sobre el mundo, que utilizamos para valorar una situación concreta y, por tanto, influyen en el modo en que percibimos dicha situación.

Las emociones, al ser estados afectivos, indican estados internos personales, motivaciones, deseos, necesidades e incluso objetivos. Cada individuo experimenta una emoción de forma particular, dependiendo de sus experiencias anteriores, aprendizajes, carácter y de la situación concreta.

Concluyendo que muchas veces, la manera que tenemos de comportarnos o de enfrentarnos a los retos de la vida, son aprendidos. Por eso, hemos de ser capaces de seguir aprendiendo y mejorando nuestras actitudes día a día.

En esta entrada referiré a una emoción en particular, la tristeza. Entiendo que saber más sobre ella puede iluminar ciertas zonas de nuestra interioridad. Cuando estamos tristes, es fácil que el mundo parezca oscuro e inhóspito, y que no haya nada que ilusione. Es posible que el dolor, que se siente en el interior, no permita que aflore el buen humor habitual.

La tristeza es un sentimiento o estado de ánimo que tenemos todos. Es la emoción que sentimos cuando hemos perdido algo importante, cuando nos ha decepcionado algo o alguien, o cuando ha ocurrido alguna desgracia que nos afecta a nosotros, o a otra persona. Cuando nos sentimos solos, a menudo nos sentimos tristes.

Ante una situación desafortunada cada individuo puede reaccionar diferente: convirtiendo la tristeza en otros sentimientos (ansiedad, por ejemplo) o simplemente tomando al estado de tristeza o angustia como “filosofía de vida”, una visión pesimista de la vida, que convierte a cualquier nueva situación de dolor, en algo mucho más tolerable para él.

Pero la tristeza es la expresión del dolor afectivo. Cave distinguir aquí entre dolor y sufrimiento, porque no son lo mismo. El dolor puede ser: físico o emocional.

El dolor físico es un indicador de que algo esta fuera de lugar, perdió estabilidad y necesita ser reparado, por lo tanto envía la señal de dolor

El dolor emocional en cambio, se manifiesta cuando alguien traiciona la confianza de una persona, pues se cree que nadie te fallará y se considera a las personas perfectas, o por la falta de agradecimiento, pues se espera que después de dar amor, aprecio o favores se reciba lo mismo.

También ante un desengaño aparece el dolor emocional, pues en el interior de uno se espera que la persona respondiera de una manera emocional completa, y no lo hizo.

Las dos divisiones del dolor muestran un síntoma que puede ser aliviado, pues en realidad NO forman parte de nuestra naturaleza, solo son indicadores de que algo esta provocando el dolor, pues por naturaleza se ha demostrado que nacemos sanos física y emocionalmente.

No por esto estamos exentos de enfermarnos, pues el mundo que nos rodea esta lleno de peligros, mismos que juntos podremos librar, pues la vida así fue diseñada y debemos buscar siempre alternativas, para estar bien con uno mismo y con los demás.

El dolor y el sufrimientos son parte de la vida, pero en ocasiones, sufrimos innecesariamente. Una frase de Buda lo ilustra:

"El dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional"

Podemos evitar el sufrimiento innecesario, y aprender a disminuir el dolor que es inevitable, porque no son sinónimos, para poder manejarlos adecuadamente, es importante entonces entender la diferencia.

El dolor emocional es el sentimiento negativo que surge ante determinadas situaciones o problemas, generalmente relacionados con una pérdida o con un problema que nos afecta de manera importante.

Surge en el instante en que somos heridos física o emocionalmente. Es una sola emoción, su duración es relativamente corta y es proporcional al evento que la produjo. Puede ser cualquier emoción que nos afecte: Tristeza por una pérdida, estrés ante la necesidad de enfrentar un problema, enojo, frustración, etcétera.

El sufrimiento va un paso más allá. El sufrimiento es la respuesta cognitivo-emocional, que tenemos ante un dolor físico o ante una situación dolorosa. Es un conjunto de emociones y pensamientos que se entrelazan, adquiriendo mucho más intensidad y duración que el dolor emocional. De hecho, el sufrimiento puede durar indefinidamente, aunque la situación que lo provocó ya se haya solucionado.

El sufrimiento tiene su origen en la propia reacción ante los hechos, y no en la realidad de lo que está ocurriendo. No lo produce la realidad, sino la mente en la que se arraiga el deseo, la exigencia, los prejuicios, los miedos, etcétera. Por ejemplo, si vamos al campo, llueve y nos enfadamos, la causa del enfado no está en la lluvia, sino en la propia reacción, porque se han contrariado los propios planes y deseos.

Si se tienen problemas quiere decir que estamos desoyendo a nuestro propio ser, se diría que vivimos "dormidos". Uno mismo crea los problemas. La realidad sólo plantea dificultades que es preciso resolver. Si vemos que el sufrimiento que nos aflige lo producimos nosotros mismos, y no los demás, quiere decir que estamos aprendiendo a conectarnos con lo que acontece y no con lo que pensamos que tendría que acontecer.

Casi siempre queremos que el sufrimiento se alivie, se aleje, se elimine mediante una explicación. Y esto, indudablemente, no ofrece la comprensión del sufrimiento. Proponernos que el sufrimiento desaparezca no es lo mejor, pues esto no es más que un movimiento más, de nuestra propia mente, siempre limitada y condicionada. Si comprendemos el deseo de huir del sufrimiento, comenzamos a comprender cuál es su contenido, qué es lo que nos quiere enseñar.

Todos experimentamos dolor. Si queremos podemos analizarlo y explicar por qué sufrimos, podemos leer libros sobre el tema o ir a la iglesia, y pronto sabremos algo acerca del dolor. Pero no estamos hablando de eso, hablamos del fin del dolor. El fin del dolor empieza cuando nos enfrentamos a los hechos psicológicos que tienen lugar dentro de nosotros, y estamos por completo alertas, de instante en instante, a todas las implicaciones de esos hechos.

Esto significa no escapar del hecho de que uno sufre, no racionalizarlo ni ofrecer opinión alguna al respecto, sino vivir completamente con ese hecho. La mayoría de nosotros no somos conscientes de nuestros amigos, de nuestra pareja, de nuestros hijos, ni de los continuos movimientos sutiles, que se producen en nuestro interior. Para comprender es necesario amar.

Para comprender el dolor debemos amarlo, debemos ser conscientes de él. Si queremos comprender algo - a nuestro vecino, pareja, o a cualquier relación -, si queremos comprender algo completamente, necesitamos estar muy cerca de ello. Es preciso llegar a ello sin reparo alguno, sin prejuicio, condena o repulsión, tenemos que mirarlo sin condicionamientos. Debemos ser conscientes de la persona o de la situación, lo cual implica que debemos amarla.

De igual manera, si queremos comprender el dolor, debemos amarlo, debemos ser conscientes de él. Pero no podemos hacerlo, porque escapamos del sufrimiento mediante explicaciones, teorías, esperanzas y postergaciones, todo lo cual constituye un proceso de verbalización.

Así pues, las palabras y la mente me impiden ser conscientes del dolor y de todas las cosas. Por otra parte, nos habituamos a vivir con el dolor, y esto nos impide verlo, mirarlo. Vivir con algo o con alguien y no habituarse a ello, requiere una energía enorme, una percepción alerta que impida a nuestra mente embotarse.

Y entonces se hace imprescindible estar en el Ahora, porque si nos acostumbramos al sufrimiento nuestra mente se embota. Casi todos nos acostumbramos a él. Pero no es necesario que nos habituemos al sufrimiento. Éste es una perturbación en diferentes niveles de la persona, en el físico y en los distintos niveles del subconsciente. Es una forma aguda de perturbación que nos disgusta.

Nuestro hijo ha muerto o se ha marchado. Habíamos erigido en torno a él todas nuestras esperanzas; o en torno a nuestra hija, o de nuestra pareja, o de lo que sea. Lo teníamos en un altar, junto a todas las cosas que deseábamos que él fuera; o hemos tenido un compañero y de pronto se ha ido, ya conocemos todo eso. A esta perturbación le llamamos sufrimiento.

Al no gustarnos el sufrimiento y desear escapar de él, comenzamos a preguntarnos por las razones de por qué sufrimos y, a continuación, justificamos nuestro sufrimiento. Nos decimos a nosotros mismos todo lo que queríamos a esa persona, o a esa posesión que hemos perdido, e inconscientemente tratamos de encontrar un escape en las palabras y en las creencias. Todo ello opera en nosotros como un narcótico.

Si no hacemos esto, si no escapamos mediante el pensamiento, sencillamente sucede que captamos el sufrimiento. Si aprendemos a crear ese espacio interior de silencio, y comenzamos a observar nuestros pensamientos y emociones, sin juicio de valor, sin criticas, ... comenzaremos a seguir el movimiento del dolor, a ver hacia dónde nos conduce. Seguro que nos revela su sentido, su razón, el por qué aparece en nuestra vida.

Entonces veremos que hemos puesto el énfasis en el ego, no en la persona, cosa o situación que amamos y se ha ido. Aquella persona, cosa o situación, servía para ocultarnos nuestro propio sufrimiento, para evitar viéramos lo que hay en realidad en nuestro interior, la soledad y el infortunio.

En realidad nos menospreciamos pensando que no somos nada, que no tenemos valor, y creemos que mediante las personas y las cosas somos “algo”. Por eso lloramos, porque cuando terminan nos encontramos solos y abandonados, no lloramos porque se hayan ido.

Es muy difícil llegar a este punto de comprensión. Realmente es difícil reconocerlo y no decir simplemente, "estoy solo". Ser consciente de este vacío, mantenerse en él y ver su movimiento permite comprenderlo.

Si dejamos que el sufrimiento se manifieste y nos revele su significado, vemos que sufrimos porque estamos perdidos, y que se nos exige prestar atención a algo que no queremos mirar. Se nos impone algo que nos resistimos a ver y comprender.

Si podemos permanecer con el dolor y no apartarlo de nosotros, ni tratar de negarlo, lo único que existe, entonces, es el sentimiento de intenso dolor, en el que nuestra mente se encuentra en silencio. El dolor es una realidad y no una mera palabra, porque aquí la palabra no tiene sentido.

El dolor existe respecto a una imagen, a una experiencia, respecto a algo que poseemos o no poseemos. De modo que el dolor está en relación con algo. Es decir, tan sólo sufrimos en relación con algo. El sufrimiento no puede existir por sí solo, así como el temor tampoco puede existir por sí solo, sino siempre en relación con algo, con un individuo, con un incidente, con un sentimiento, etcétera.

Hay que observarlo, aceptarlo como parte de lo que es en este momento, entendiendo que aceptar no es lo mismo que resignarse o rendirse. La aceptación es activa, lleva a actuar y la resignación es pasiva, me mantiene en donde estoy, porque pienso que ya no hay nada que hacer.

Aceptar es comprender que lo que sucede, independientemente de que me guste o no, es debido a que las cosas sucedieron porque tenían que suceder. Es reconocer que este momento es lo que es, sin calificarlo como bueno o malo, justo o injusto, ni pensar si debería o no debería haber sucedido, es lo que es, es lo que sucedió, es lo que soy en este momento.


Cuando nos convertimos en observadores del sufrimiento, al principio continuará operando, pero al no identificarme con él, si bien podré tener dolores físicos, al permanecer en el Aquí y Ahora, siendo consciente de lo que vivo, me convierto en guardián alerta de mi espacio interior.

Enfocando la atención en el sentimiento que hay dentro de mi, reconociendo qué es el dolor, aceptando que esta allí, no pensando en él, no permitiendo que el sentimiento se transforme en pensamiento, o sea, no juzgarlo, no analizarlo, no justificarme. Si permanezco presente, y continúo siendo observador de lo que está ocurriendo dentro mio, iré siendo consciente, no sólo del dolor emocional, sino también de "el que observa", el observador silencioso. Este es el poder del Ahora.

Una vez que aprendemos el principio básico de estar presente como observador de lo que sucede en nuestro interior, y lo comprendemos al experimentarlo, tendremos a nuestra disposición la más poderosa herramienta para la transformación.

Las ideas actúan como un escape; las ideas que se han convertido en creencias impiden el vivir completo, la acción completa, el ver lo que es. Sólo se puede vivir de forma plena cuando existe un conocimiento propio cada vez más amplio y profundo... más abierto.


Sabemos que el dolor está ahí; es un hecho, y no hay nada más que conocer. Todos tenemos que vivir con el dolor. En uno mismo y en todas partes se ve sufrimiento, ignorancia y desconcierto. Pero la solución a esta situación se encuentra en investigarnos a nosotros mismos y a todo lo que nos rodea, en ver la realidad de las cosas, en ser totalmente conscientes de ellas y obrar adecuadamente.



lunes, 12 de septiembre de 2011

Vida plena - Las Emociones además ...

En todas las emociones podemos reconocer dos componentes bien diferenciados según Wukmir . Un componente cualitativo, expresado mediante la palabra que utilizamos para expresar la emoción: amor, amistad, temor, inseguridad, etcétera; y otro componente cuantitativo, que se expresa mediante palabras de magnitud: poco, bastante, mucho, etcétera, según fue detallado en la entrada anterior.

Luego Wukmir dice, los organismos vivos disponen de mecanismos perceptivos que le permiten reconocer aquellos estímulos que son significativos para su supervivencia, también agrega, la percepción cubre sólo una parte del problema, porque además necesita saber si esto que ha percibido le es útil y favorable para su supervivencia o no, de allí surgen entonces las emociones, como mecanismos para detectar si le son útil o no.

Concluyendo: siendo la vida y la supervivencia lo positivo para un ser vivo, la emoción es el resultado de una medida o valoración subjetiva de la posibilidad o probabilidad de supervivencia del organismo, en una situación dada o frente a unos estímulos determinados.

Una breve reseña del papel de la cognición y el estado afectivo, presentado por Francesc Palmero, permite inferir cómo evolucionó el concepto de emoción y cómo impacta la subjetividad de los diferentes autores, al conceptualizar. Transcribo una apretada síntesis, para entender la dificultad en consensuar una definición, puedes ver el artículo completo aquí. (Entiendo que para los fines de este sitio lo descrito a continuación es suficiente.)

El estudio del concepto de emoción parece poner de relieve sus características funcionales (es una respuesta relacionada con la adaptación) y dinámicas (es un proceso básico). El estudio del papel que juega la emoción en los procesos de salud y enfermedad es imprescindible en nuestro tiempo, habida cuenta de lo importante que resulta la adaptación continuada a las múltiples demandas y exigencias que impone una sociedad, cada día más competitiva.

Tratar de definir una emoción parece una tarea relativamente fácil, porque todos "sabemos" qué es una emoción. Otra cosa es llegar a una aceptación consensuada en esas definiciones.

Como ha señalado recientemente Lyons (1993): "Las definiciones de la emoción no son más que modelos funcionales expresados en palabras, y es difícil concebir cómo alguien podría llegar muy lejos sin intentar formularlas" (p. 4). Sin embargo, son tantas las definiciones existentes que, probablemente, se ha dicho todo lo que es, e incluso mucho de lo que no es, una emoción.

El problema deviene irresoluble cuando tratamos de hacer congruentes tantas y tan diversas concepciones de la emoción. Dicho de otro modo, con estos presupuestos, definir el concepto de emoción, con la sana idea de coincidir con otros autores, muchas veces resulta una auténtica quimera.

Las emociones son complejos procesos que han sufrido los sesgos peculiares que imponen las tendencias dominantes en cada época; no hay más que echar un vistazo retrospectivo para contemplar cómo, desde la filosofía de los clásicos griegos hasta nuestros días, las concepciones acerca de la emoción no son sino la manifestación, una más, de las distintas escuelas, orientaciones y planteamientos vigentes en ese momento.

Las definiciones aceptadas sobre la emoción en una determinada época son el reflejo de la tendencia dominante en dicha época. En el ámbito filosófico, la teorización emocional ha ido a remolque y ha sido fiel reflejo de la teorización general acerca de la mente; en el ámbito psicológico, las teorizaciones acerca de la emoción se enmarcan en el más amplio espectro de la teorización sobre los mecanismos de adaptación general. En cualquier caso, los distintos argumentos planteados no tienen por qué ser considerados como antagónicos, contrapuestos o excluyentes. No hay razón para ello.

Probablemente, lo más sensato es considerarlos en un marco teórico mayor, donde tienen perfecta cabida, e incluso podrían ser entendidos como complementarios. La definición ofrecida por cualquier autor acerca de la emoción está reflejando sus predilecciones metodológicas y teóricas; está reflejando el paradigma en el que dicho autor se sitúa para investigar o teorizar; está reflejando, en definitiva, la influencia de alguno de los movimientos teóricos relevantes de ese momento.

Las teorías actuales acerca de la emoción reflejan, sin duda, las claras influencias del cognitivismo, del mismo modo que las que se plantearon en los 60 reflejaban las influencias conductistas, y las que se plantearon antes reflejaban la influencia dualista platónica, en forma de predominio de la experiencia interna.

El momento actual en el estudio de la emoción sigue reflejando la controversia respecto a los planteamientos afectivos o del sentimiento y los planteamientos cognitivos. Gran parte de la controversia existente entre ambas concepciones procede de la propia controversia que suscita la variable cognición.

El estudio de la emoción en tanto que proceso debe contemplar la estrecha interacción entre las dimensiones afectiva y cognitiva.

La emoción, implica la concienciación subjetiva (sentimiento), implica una dimensión fisiológica (cambios corporales internos), implica una dimensión expresiva/motora (manifestaciones conductuales externas) e implica una dimensión cognitiva (funcionamiento mental). El objetivo tiene que ver con la movilización general del organismo para enfrentarse a una situación más o menos amenazante o desafiante. Todas y cada una de las dimensiones parecen estar relacionadas con la mayor o menor propensión a experimentar un proceso disfuncional, un desajuste, una enfermedad e incluso la muerte.

Para concluir Palmero dice, "la emoción es un proceso básico, con características dinámicas y funciones adaptativas".

Dicho lo dicho, en el ámbito psicológico se dice que una emoción es un estado afectivo que experimentamos, una reacción subjetiva al ambiente que viene acompañada de cambios orgánicos (fisiológicos y endocrinos) de origen innato, influido por la experiencia.

Las emociones, como ya fue dicho, tienen una función adaptativa de nuestro organismo a lo que nos rodea. Es un estado que sobreviene súbita y bruscamente, en forma de crisis más o menos violenta y más o menos pasajera.

En el ser humano, la experiencia de una emoción, generalmente involucra un conjunto de cogniciones, actitudes y creencias sobre el mundo, que utilizamos para valorar una situación concreta y, por tanto, influyen en el modo en el que se percibe dicha situación.

Las emociones, al ser estados afectivos, indican estados internos personales, motivaciones, deseos, necesidades e incluso objetivos. De todas formas, es difícil saber a partir de la emoción cual será la conducta futura del individuo, aunque nos puede ayudar a intuirla.

Apenas tenemos unos meses de vida, adquirimos emociones básicas como el miedo, el enfado o la alegría. Algunos animales comparten con nosotros esas emociones tan básicas, que en los humanos se van haciendo más complejas gracias al lenguaje, porque usamos símbolos, signos y significados.

Cada individuo experimenta una emoción de forma particular, dependiendo de sus experiencias anteriores, aprendizaje, carácter y de la situación concreta. Algunas de las reacciones fisiológicas y comportamentales que desencadenan las emociones son innatas, mientras que otras pueden adquirirse.

Charles Darwin observó como los animales (especialmente en los primates) tenían un extenso repertorio de emociones, y que esta manera de expresar las emociones tenía una función social, pues colaboraban en la supervivencia de la especie. Tienen, por tanto, una función adaptativa.

Existen seis categorías básicas de emociones.

MIEDO: Anticipación de una amenaza o peligro que produce ansiedad, incertidumbre, inseguridad.
SORPRESA: Sobresalto, asombro, desconcierto. Es muy transitoria. Puede dar una aproximación cognitiva para saber qué pasa.
AVERSIÓN: Disgusto, asco, solemos alejarnos del objeto que nos produce aversión.
IRA: Rabia, enojo, resentimiento, furia, irritabilidad.
ALEGRÍA: Diversión, euforia, gratificación, contentos, da una sensación de bienestar, de seguridad.
TRISTEZA: Pena, soledad, pesimismo.

Si tenemos en cuenta esta finalidad adaptativa de las emociones, podríamos decir que tienen diferentes funciones:

MIEDO: Tendemos hacia la protección.
SORPRESA: Ayuda a orientarnos frente a la nueva situación.
AVERSIÓN: Nos produce rechazo hacia aquello que tenemos delante.
IRA: Nos induce hacia la destrucción.
ALEGRÍA: Nos induce hacia la reproducción (deseamos reproducir aquel suceso que nos hace sentir bien).
TRISTEZA: Nos motiva hacia una nueva reintegración personal.

Los humanos tenemos 42 músculos diferentes en la cara. Dependiendo de cómo los movemos expresamos determinadas emociones u otras. Hay sonrisas diferentes, que expresan diferentes grados de alegrías. Esto nos ayuda a expresar lo que sentimos, que en numerosas ocasiones nos es difícil explicar con palabras. Es otra manera de comunicarnos socialmente y de sentirnos integrados en un grupo social. Hemos de tener en cuenta que el hombre es el animal social por excelencia.

Las diferentes expresiones faciales son internacionales, dentro de diferentes culturas hay un lenguaje similar. Podemos observar como en los niños ciegos o sordos cuando experimentan las emociones lo demuestran de forma muy parecida a las demás personas, tienen la misma expresión facial. Posiblemente existan unas bases genéticas, hederitarias, ya que un niño que no ve no puede imitar las expresiones faciales de los demás.

Aunque las expresiones también varían un poco en función de la cultura, el sexo, el país de origen etc. Las mujeres tienen más sensibilidad para captar mejor las expresiones faciales o las señales emotivas y esta sensibilidad aumenta con la edad. Otro ejemplo son los rostros de los orientales, especialmente los japoneses, son bastante inexpresivos, pero es de cara a los demás, porque a nivel íntimo expresan mejor sus emociones.

Las expresiones faciales también afectan a la persona que nos está mirando, alterando su conducta. Si observamos a alguien que llora, nosotros nos ponemos tristes o serio, e incluso podemos llegar a llorar, como esa persona. Por otro lado, se suelen identificar bastante bien la ira, la alegría y la tristeza de las personas que observamos. Pero se identifican peor el miedo, la sorpresa y la aversión.

Las emociones poseen unos componentes conductuales particulares, que son la manera en que éstas se muestran externamente. Son en cierta medida controlables, basados en el aprendizaje familiar y cultural de cada grupo:

Expresiones faciales. - Acciones y gestos. - Distancia entre personas. - Componentes no lingüísticos de la expresión verbal (comunicación no verbal).

Los otros componentes de las emociones son fisiológicos e involuntarios, iguales para todos:

Temblor - Sonrojarse - Sudoración - Respiración agitada - Dilatación pupilar - Aumento del ritmo cardíaco.

Estos componentes son los que están en la base del polígrafo o del "detector de mentiras". Se supone que cuando una persona miente siente, o no puede controlar, sus cambios fisiológicos, aunque hay personas que con entrenamiento, sí pueden llegar a controlarlo.

En fin, todas las personas nacemos con unas características especiales y diferentes, pero muchas veces, la manera que tenemos de comportarnos o de enfrentarnos a los retos de la vida, son aprendidos. Desde pequeños podemos ver como para un niño puede no ser bien visto llorar y expresar sus emociones, como en una niña. Todo esto lo adquirimos sin darnos cuenta, ya desde el momento en que venimos al mundo: nos comportamos como nos han "enseñado" a comportarnos.

Quererse a uno mismo, ser más generoso con los demás, aceptar los fracasos, no todo depende de lo que hemos heredado, por lo que hemos de ser capaces de seguir aprendiendo y mejorando nuestras actitudes día a día.

Que no es otra cosa que aprender a ser más inteligentes emocionalmente, en definitiva, a ser más felices.

He realizado un recorrido por las emociones, es tiempo de repensar lo apuntado, sin juzgarnos, como dije, se trata de aprehender a ser mejores personas, aceptándonos amorosamente y volviéndonos más conscientes de nosotros mismos, de nuestro Ser en el mundo.